martes, 22 de mayo de 2012

La grandeza de la maternidad



Si ya has vivido la grandeza de la maternidad te acordarás de la primera vez que sentiste a tu hijo en brazos, cuando te agarró el dedito con su mano como pidiendo auxilio, la vez que se calmó nada más olerte al abrazarle, esa mirada perdida que se fijó en tu cara con expresión de admiración, cuando te contestó a los gorjeos, los primeros pasitos, la vez que te sonrío cuando más lo necesitabas, ese comentario inocente que alegró los oídos de todos los que estaban alrededor, ese hábito que costó tanto enseñar y que por fin aprendió y un largísimo etcétera de ocasiones en las que nos embelesamos tanto de amor que no nos cabe nada más en el corazón de lo lleno que está.

Si nos fijamos en la parte fisiológica, la maternidad es incomodísima. El cuerpo de la mujer se desfigura, el cansancio se apodera de ella, las sensaciones se alteran en algunos casos radicalmente, no se pueden hacer grandes esfuerzos, hay que restringir comidas, bebidas, medicamentos, tomar vitaminas, hacerse análisis, acudir al médico etc. Y eso si todo avanza con normalidad, si hay complicaciones las incomodidades son mucho mayores. Las presiones psicosociales también pueden llegar a ser fuertes: los demás opinan si son muchos o pocos los hijos que concibes; la preocupación económica toma fuerza; se puede incluso perder el empleo de la madre o ponerlo en peligro etc. Todos estos inconvenientes que surgen con un embarazo son la antesala de la entrega que supone la maternidad. Parece como si desde el principio la naturaleza entrenara a la madre en la fortaleza para tener capacidad de afrontar el nacimiento de un hijo.

La grandeza de la maternidad no es un algoritmo matemático, ni tampoco lo es poner los pros y los contras en una balanza, porque analizando fríamente la balanza de las desventajas desnivela, y sin embargo, un único componente como lo es el amor vuelca por completo la balanza hacia el deseo natural de unos padres por concebir. ¿Qué pasa con los que no desean concebir? Mi opinión es que se han desconectado de su corazón, ya no saben escucharlo, ya no sienten y luego piensan sino que piensan y luego sienten. Nos esforzamos por controlar hasta el último movimiento que nos va a ocurrir en el futuro y si no sale exactamente como lo previsto, nos derrumbamos en el desconcierto.
Pero si nos fijamos detenidamente, nos damos cuenta de que la transmisión de la vida conlleva la felicidad del don recibido.

Otra cuestión llamativa es que cuando se concibe es prácticamente inevitable no pensar en Dios, si no al principio, en cualquiera de los momentos del embarazo, cuando se empieza a ver la carita o los deditos en la ecografía, cuando sentimos las primeras patadas o cuando le vemos recién llegado al mundo con esa indefensión. Tener un bebé es un milagro, y por lo tanto nos hace admirar, aunque sea sólo en un rinconcito de nuestro corazón y aunque se tapase inmediatamente, la grandeza de Dios.

El ser humano definitivamente, por el componente de la inteligencia y la voluntad, vive satisfecho con su vida cuando se esfuerza por lograr metas magnánimas, cuando pone los medios para alcanzar objetivos que a primera vista parecen hasta insostenibles por la lógica humana. Cualquier persona comenta orgulloso los logros de su vida en los que ha superado las dificultades alcanzando la meta marcada. Nadie habla satisfecho de lo que se ha propuesto y por pereza no ha conseguido. Pues en la consideración de la maternidad puede extrapolarse lo mismo. Por muy dificultosa que pueda resultar, por muy incómodo que resulte no volver a poder dormir nunca mas lo que apetezca, por muy fastidioso que resulte tener que llevar y recoger de por vida en horas punta a los niños al colegio, por muchos disgustos que puedan surgir en su caminar vital, estoy segura que al final de la vida, cuando mires para atrás, te darás cuenta como madre de que lo más valioso y fructífero que has realizado en tu vida ha sido acompañar, escuchar, consolar, comprender, abrazar, exigir, enseñar, en definitiva, EDUCAR Y AMAR a tu hijo.
Por Cristina Gómez
cristinagomezgarciadeparedes@gmail.com


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